29 de octubre de 2007

Uno de mis dìas.... ¿Cómo me soporto?

COTIDIANO

Le sudaban las manos, estaba frió, y en un temblor delicado, como la muerte en la madrugada e recorría todo el cuerpo.

Se llamaba Ardid, y no tenia edad, o por lo menos nunca lo supe, tenia los ojos negros, el decía que eran unos ojos muy comunes, era flaco mas flaco de lo normal, y en esencia no era físicamente muy atractivo para el ideal de belleza del siglo en el que le había tocado vivir, lo sabia y poco le importaba, era noble y cínico.

Esa mañana se había levantado con un sueño pesado, un sopor que le oprimía el pecho, como si una locomotora se hubiera parqueado encima de el, tanto que para librarse de esa sensación tuvo que bañarse con agua caliente, no le gustaba mucho pero no tuvo opción; desayuno de afán como siempre, se miro al espejo con desdén, salio de la casa con premura; recorrió la distancia hasta el trabajo con la mente en blanco; no vio a la señora que se subió a pedir limosna para enterrar a un hijo que le habían asesinado la noche anterior, no sintió cuando un sardino le coloco dulces en la pierna, de esos de lleve cinco y pague tres, nada existió hasta que el instinto le aviso que había llegado, entonces, con una parcimonia ceremonial se levanto de la silla, camino hasta la puerta de atrás agarrado de la barra de centro del bus, siempre prevenido, y toco el timbre; escucho el sonido como un gemido triste y desgarrado que salía de los fierros viejos de aquel centenario aparato; se le ocurrió que tal vez, nunca nadie había acariciado aquellos viejos fierros con cariño y paso su mano blanca por la puerta oxidada antes de bajar.

La calle, como de costumbre, estaba llena. Siempre se había soñado el, un solo día en la vida, como único habitante de esta ciudad, las calles vacías, los almacenes, los bancos, las clínicas, todo abierto, pero vació, el, único ser en este pedazo de tierra entre el cielo y el infierno, dueño por un instante del espacio ocupaba. Alguien lo golpeo con un maletín en la espalda, le arreo la madre, y así lo saco del sopor de la ilusión imposible. Se acomodo entonces el morral en la espalda, y sus pasos lo llevaron con una precisión casi criminal hasta el trabajo.

Saludo en la puerta principal al vigilante, le sonrió e inmediatamente pensó en lo miserable que era ese ser que estaba allí, sacudió la cabeza y espanto la idea. Subió al ascensor hasta el piso en el que lo esperaban las cosas de todos los días, pero a diferencia de muchos, el no se sentía embargado por el tedio entre paredes y libros, libros que todos consideraban iguales e inmutables, pero que el sabia capaces de modificarse, de transmutar y desfigurar cada palabra, que estaba guardada en su interior, que por Ardid tenia la certeza de que uno nunca leía el mismo libro dos veces, porque uno nunca era el mismo dos veces…Eso decía el.

No había lucha entre el y los textos; Ardid era un texto en si mismo, un texto con grandes renglones en blanco y paginas salteadas, y terribles errores ortográficos y gramaticales, paginas enteras tachadas…Muchas veces aseguro que la ortografía era el karma de las palabras escritas.
Estaba lleno de vicios y virtudes, no negaba nada de lo que era ni siquiera las cosas que lo hacían sonrojar, pero aun así sentía un terrible miedo de descubrir su cara y su alma, en verdad que eso le aterraba, sabia que hablaba en muchas ocasiones de más, y callaba cosas que debía decir.

Se preparaba para ver entrar a la gente a ese mar de libros, los veía a todos y cada uno de ellos, victimas de si mismo y de un sistema que los hacia incapaces de ir mas allá de una mera introducción en la vida, y se odio por pensar así, pero no podía evitarlo, era algo innato, como respirar, y se justificaba diciendo: “nadie puede dejar de respirar si aspira a seguir viviendo”.

Se preparaba para entender, para escuchar, a veces con poca, otras con mucha paciencia las palabras de otros, y cuando alcanzaba a adivinar la pregunta sin que el otro hubiera siquiera terminado lo abrumaba un terrible cansancio, un cansancio que era mas como un manto de nubes en medio de una tarde en la playa…Claro que todos los días llegaba la recompensa, una pregunta mágica, una pregunta de esas que le llevaban las manos y los ojos a descubrir nuevos libros, nuevas letras, imaginarios de otras mentes, ideas que se pierden en palabras impresas y cuyos autores estaban condenados en esas palabras que habían escrito, a ellos, a los que se atrevían a escribir, no solo los admiraba, sino que sentía por ellos una profunda compasión.

Llego la hora del almuerzo, reviso su horario, que era nuevo por cierto; le había costado un trabajo monumental desaparecer a ser ordenado, ordenado en el sentido en el que los demás consideran que existe el orden, todo filas y columnas, normas y reglas; pero lo había conseguido a costa de librar terribles batallas en su mente; lograr ese tipo absurdo de orden, que todos, no sabia porque consideraban orden era un gran logro y una terrible derrota.

Descubrió que tenía clase, no se acordaba, así que rápidamente se despojo de su careta de risa, y salio a la calle, que aun estaba llena, a correr el espacio entre la biblioteca y la universidad, había perdido la constancia de matricula y además sabia que iba a llegar tarde, no le importo, tenia que buscar en cartelera su salón, sabia que no pudo hacer nada para evitarlo así que desesperarse no cambiaria para nada las cosas, que siguió con una tranquilidad un poco cínica.

Camino por los pasillos y miro con un desprecio que mas semejaba desdén, como unas criaturas que eran casi parecidas a el, jugaban cartas y ejercían el inalienable derecho a hablar mierda, mientras el mundo se parita a pedacitos, los muertos se multiplicaban como langostas, la gente perdía sus sueños o los botaba a la basura por falta de uso o de esperanza, y los niños lloraban penas tan amargas como quina, se acordó de la película Tango Feroz.

Me lo encentre en el pasillo, me pregunto por la profesora; yo se la señale, se le acerco y le explico porque había llegado tarde, ella no le presto importancia, el si porque llego a decirme con cara de pocos amigos, que si el fuera profesor le gustaría que sus alumnos le explicaran porque no se presentaban a clase, luego cambio de tema.

Ardid entro a clase, yo ya estaba acomodado, me miro, una mueca que yo adivine entre sonrisa y queja se le dibujo en la cara, se sentó a mi lado, y pregunto: ¿Qué llevamos?, mientras me arrebato el cuaderno y se puso a copiar sin ningún preámbulo.

Miro a una compañera que estaba al lado y la miro sin la más mínima vergüenza de arriba a bajo, ella lo observo como tratando de hacer que Ardid dejara de hacerlo, pero el la miro a la cara y sostuvo su mirada hasta que ella le aparto.

La profesora pidió que todos nos presentáramos, el hizo cara de no gustarle mucho la idea, se noto la batalla interior, pues pensaba que nadie allí sabia, ni le importaba que o quien era el, estaba solo y eso lo tenia bien claro, los demás se pasaban la vida engañándose, pensando que tenia amigos, o ideas, el estaba solo, y era suficiente; de los amigos, pensaba que la relación con ellos era como estaba escrito en Cien años de soledad: “ los amigos, son unos hijos de puta, pero son los amigos”. Eso me había dicho en una ocasión en la que le hable alguien a quien consideraba mi amigo.

Se paro, y lo vi decir como un autómata lo que todos estaban esperando oír, mientras por dentro pensaba: “que tan miserables somos, que tan pequeños y frágiles somos”, y recordaba al Marques de Sade, en una prisión fría y sucia en Francia, cuando deseaba coger al mundo como si fuera una pelota y reventarlo contra un muro.

Vi como le sudaban las manos, esteba frió, y un temblor delicado, como la muerte en madrugada le recorría todo el cuerpo.

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